lunes, 23 de abril de 2018

Música en la sangre

Tenía la música en la sangre; lo pudo comprobar cuando accidentalmente se cortó con un cuchillo y se comenzó a oir una melodía, y de la herída salía sangre y pentagramas y corcheas y silencios.

lunes, 12 de febrero de 2018

Primer amor (Samuel Beckett). Fragmento

¿Entonces no quiere que vuelva?, dijo. Es increíble cómo la gente repite lo que uno acaba de decirles, como si temieran la hoguera si dan crédito a sus oídos. Le dije que viniese de vez en cuando. Conocía muy mal a las mujeres por aquel entonces. Sigo sin conocerlas por otra parte. Ni a los hombres. Ni a los animales. Lo que menos desconozco, son mis sufrimientos. Los pienso todos, cada día, se hace rápido, el pensamiento es tan rápido, pero no todos vienen del pensamiento. Sí, hay algunas horas, al principio de la tarde sobre todo, en que me siento sincretista, a la manera de Reinhold. Vaya equilibrio. Y encima también los conozco mal, mis sufrimientos. Eso debe de ser que no soy sólo sufrimiento. He aquí la astucia. Entonces me alejo, hasta el asombro, hasta la admiración de otro planeta. Raramente, pero con eso basta. Ninguna bobada, la vida. No ser más que puro sufrimiento, ¡cómo simplificaría las cosas! ¡Ser doliente puro! Pero eso sería competencia, y desleal. Ya se los contaré a ustedes de todos modos, un día, si me acuerdo, y puedo, mis raros sufrimientos, detalladamente, y distinguiéndolos con cuidado, para mayor claridad. Les contaré los del entendimiento, los del corazón o afectivos, los del alma (bellísimos, los del alma), y luego los del cuerpo, los internos u ocultos primero, luego los de la superficie, empezando por los cabellos y descendiendo metódicamente y sin apresurarme hasta los pies, centro de los callos, calambres, juanetes, uñeros, sabañones, hongos y otras extravagancias. Y a los que sean tan amables que me escuchen les diré al mismo tiempo, conforme a un sistema cuyo autor he olvidado, los instantes en que, sin estar drogado, ni borracho, ni en éxtasis, no se siente nada. Entonces naturalmente ella quería saber lo que yo entendía por de vez en cuando, vean a lo que uno se arriesga, abriendo la boca. ¿Cada ocho días? ¿Cada diez días? ¿Cada quince días? Le dije que viniera menos veces, muchas menos veces, que no viniera en absoluto de ser posible, y que si eso no era posible que viniera las menos veces posibles. Por otra parte al día siguiente abandoné el banco, menos a causa de ella debo decirlo que a causa del banco, cuya situación ya no respondía a mis necesidades, tan modestas sin embargo, ya que los primeros fríos comenzaban a hacerse sentir, y por otras razones de las que sería ocioso hablar, a gilipollas como ustedes, y me refugié en un establo de vacas abandonado que había localizado en el curso de mis paseos. Estaba situado en el ángulo de un campo que mostraba en su superficie más ortigas que hierba y más barro que ortigas, pero cuyo subsuelo poseía posiblemente propiedades remarcables. Fue en ese establo, lleno de boñigas secas y huecas que se hundían con un suspiro cuando las tocaba con el dedo, donde por primera vez en mi vida, y diría gustosamente por última si tuviese bastante morfina al alcance de mi mano, tuve que defenderme contra un sentimiento que se atribuía poco a poco, en mi espíritu helado, el horroroso nombre de amor.