Cuando Gregorio Samsa despertó las naranjas aún estaban ahí.
Intactas en color y forma. Amarillas, pálidas sin miedo.
Dos, eran dos. Una
tenía lunares. La otra era lisa, asfáltica. Empecé por ella. La corté por la
mitad sin remordimientos. Sangró poco. Exprimí. Exprimí más. Intenté sacar todo
el líquido y no cayó ninguna semilla. Agarré la otra mitad. Lo mismo pero
igual. Agarré a la moteada, intuí el corte a la proximidad de una de sus
manchas y la rasgué. Fallé su proporción. La exprimí ya sin esperanzas. La otra
mitad.
Entonces llega alguien y me dice: Recuerdo cuando era alguien y la idea de la muerte me hacía asumir la existencia y sus implicancias desde otra perspectiva.