lunes, 9 de enero de 2023

Campaña "Todos tenemos un jajaja para ofrecer"


Cuántas veces estuviste sentado, chateando con esa persona que tanto te gusta, cuando de repente llega uno de esos momentos incómodos, como los silencios con grillos cantando, que marcan el fin de la conversación con frases ingeniosas y ya no sabés cómo continuar. ¿Te pasó alguna vez? No te preocupes, porque tenemos la solución. Cuando sientas en tu corazón que llegó ese momento y la ansiedad o la tristeza invade tu pantalla vacía, solo debes respirar profundamente y colocar tus dedos índice de la mano derecha sobre la tecla "J" de tu teclado, y con el meñique de tu mano izquierda sobre la letra "A", entonces solo debes relajar tu cuerpo y dejar que tus dedos hagan el resto. Lentamente sentirás cómo la energía del "jajaja" va cobrando vida en tu monitor. Pero no te exasperes, no te dejes dominar por el entusiasmo que genera este repentino arrebato de hilaridad cibernética. Respira, tómate tu tiempo. Un jajaja es suficiente. Los más imprudentes creen que da igual escribir jajaja o ajajaaaajajajajajaaa. No es lo mismo. Diferentes estudios han demostrado que la efectividad del jajaja es superior a todas sus demás variaciones y que es la única que consigue matizar la tristeza que deja el final de una charla cibernética.

Mensaje

 A mi una vez la Musa me dijo:

Cuida que tu voz no llegue tarde a su canción.


Yo quisiera a veces renunciar a este designio, que me redime sin embargo, no sin antes manifestar su mensaje inequívoco:

La verdad se disfraza de poesía para intentar rasguñar la sombra de un perfume inalcanzable.

Para qué tantas palabras si todo se resume en un silencio.

viernes, 4 de marzo de 2022

Mi saludo con la muerte

Texto de Eduardo Medina, mi primohermano, quien narra un episodio que me ocurrió luego de noches enganchadas de exesos sin descanso

 Complejo de explicar , intentaré , y vos intentá interpretar justamente. : Al darme cuenta de la convulsión , desmayo caída , espasmos , pensé en como me veían los demás y sabía que debía dejar tranquilo y cuidar que tengas en la posición correcta la cabeza para no tragar la lengua . Pero cuando paró la convulsión y te pusiste pálido , pensé en tu muerte y ahí primero me asusté por no saber qué hacer. Y decidí recurrir a mi fé. Te hice Reiki , impuse mis manos en tu cabeza mirando al sol, y vos aún estando inconsciente y con los ojos cerrados, tus manos fueron directamente hacia mis manos , me agarraste fuertemente las manos y te frotaste la cabeza con ellas. Yo seguí mirando el sol y trasmitiendote mi energía . Fué una fusión de mi espíritu ,tu espíritu y el espíritu cósmico para salvar tu vida en éste plano.

...y ahí abriste tus ojos

Recuerdo que en un momento en que te imponía mis manos , cerré mis ojos y Vi acercarse a la muerte, amorfa , la miré y para sorpresa de mí mismo , con una serenidad absoluta , le dije simplemente "no" y seguí con mi trabajo. Fué como si el universo todo de algún modo pusiera a prueba mi fé y convicción en mí mismo para ejercer la sanidad de la que yo podía dudar . Todo me decía o crees en tí y hacés lo que tenés que hacer o cada quien sigue su camino y la muerte llevará a quien tenga que llevar. Serenamente decidí creer en mí y accionar. Y resultó con el efecto que correspondía a aquella causa.

Sí, es una fuerte historia, una fuerte experiencia para ambos y una experiencia atípica para quien experimenta el saludo de la muerte por primera vez ( no sé si antes lo habías vivido) yo tuve su visita un par de veces de niño y de adulto. Si cambiamos permanentemente , eternamente , cada cosa deja de ser lo que es a cada instante, todo cambio es muerte y por éso a la muerte la llaman simplemente "El gran cambio"  / me pasó que cada vez más solidifico mi idea de que existimos antes del plano de vida terrenal y existiremos luego de dejarla , nuestra existencia material es pasajera efímera e Intermedia con respecto a nuestra "gran" existencia



lunes, 14 de febrero de 2022

El árbol (fragmento)



La más leve llovizna hacía correr al público del teatro Apolo en busca de amparo mientras nosotros en el árbol permanecíamos invictos

                                                                                                                      Efraín Medina Reyes


Hacía frío y llovía. Desde pequeño se sentaba a mirar la lluvia frente a la ventana de su cuarto, apartaba las cortinas que su madre había cerrado minutos antes para prevenirlo de algún resfrío y apoyaba su cara contra el vidrio; podía ver bien cómo las gotas se estrellaban como kamikazes y no quedaba de ellas más que una vaga huella momentánea que se escurría y era borrada al instante por otra gota suicida. Pero ahora, después de tantos años, se complacía con imaginar aquel espectáculo en el ventanal de la biblioteca desde la pasividad del sillón, con el cigarro en la mano ya rugosa que tropezaba siempre para atinarle a la boca, con la mirada indagando el movimiento desacelerado e inconstante de aquel árbol. En esa lenta monotonía de los vicios silenciosos, le llegó el recuerdo. Se preguntó cómo podía a pesar de tanto tiempo permanecer intacto en su memoria, y aventuró una teoría sobre la fragilidad de ésta ante los detalles menos trágicos. Ya no supo bien si fue la lluvia, el frío, o el árbol del parque, o toda esa tormenta de gotas desparramadas en charcos de rostros extraños y cambiantes lo que después de tanto tiempo le volvió a arrastrar hasta ella.


Desde pequeño se sentaba a mirar la lluvia frente a la gran ventana, apartaba las cortinas que su madre había cerrado minutos antes para prevenirlo de algún resfrío y apoyaba su cara contra el vidrio. Podía ver bien cómo las gotas se estrellaban como kamikazes y no quedaba de ellas más que una vaga huella momentánea que se escurría y era borrada al instante por otra gota suicida. Pero ahora, después de tantos años, se complacía con imaginar aquel espectáculo en el ventanal de la biblioteca desde la pasividad del sillón, con el cigarro en la mano ya rugosa que tanteaba siempre para atinarle a la boca, con la mirada indagando el movimiento desacelerado e inconstante de aquel árbol. En esa lenta monotonía de los vicios silenciosos le llegó el recuerdo. Se preguntó cómo podía a pesar de tanto tiempo permanecer intacto en su memoria, y aventuró una teoría sobre la fragilidad de esta ante los detalles menos trágicos. Ya no supo bien si fue la lluvia, el frío o el árbol del parque, o toda esa tormenta de gotas desparramadas en charcos de rostros extraños y cambiantes, lo que después de tanto tiempo le volvió a arrastrar hasta ella.

Todo empezó un día antes, un año antes, con el rayo. Nadie en la casa disfrutaba de la lluvia como él, que por ser el menor era acosado con prohibiciones de salir, pero esto, lejos de inducirlo a la obediencia, no hacía más que alimentar su espíritu trasgresor.“Nada de mojarse”, decía la madre mientras sacudía el índice que le declaraba culpable de antemano. Él sin embargo, a pesar de todas las precauciones tomadas por ella, conseguía fugarse hasta el viejo árbol de la esquina, donde había caído el rayo, él sabía que ese era el lugar más seguro, porque había escuchado que nunca un rayo caía más de una vez en el mismo lugar.

El árbol había quedado sin hojas, el fuego del rayo solo dejó los dos grandes troncos que se abrían como brazos, pero él no tenía miedo. Otro de los vestigios del rayo fue un pequeño hueco en el tronco, que le permitía entrar sin demasiado esfuerzo. Adentro era grande, hasta podía pararse y dar unos pasos sin ningún problema. No muy lejos los gritos de su madre reclamaban su presencia. Nunca supo que él disfrutaba desde ahí los días de lluvia. Era su lugar secreto.


Le gustaba más los aguaceros de día, porque sorprendía a la gente en las calles y desprevenidas, corriendo e improvisando un paraguas sobre la cara. Mi diversión en esos casos era mirarlos desde adentro del árbol y esperar que alguno cayera en el charco que siempre se formaba frente a mi casa. Más de uno lo hacía. Solo una vez rogué para que una persona no cayera. Ella volvía del mercado, protegía un par de huevos y un pedazo de pan contra su cuerpo. Corría directamente hacia el charco. Desde adentro del árbol pude ver cómo Pedrito, desde la ventana de su casa, esperaba con menos compasión que yo verla caer. Me sorprendió que ni siquiera en el charco la nena soltara las mercancías que con tanto empeño resguardaba. Se echaron a perder en un segundo. Yo no estaba lejos, hasta pude ver cómo las lágrimas o la lluvia formaban caminitos en su cara embarrada. Tuve ganas de salir corriendo y ayudarla, y de paso golpear a Pedrito porque no dejaba de burlarse. Yo me la tenía jurada contra Pedrito, desde lo de Beatriz Velarde. Pero si hubiese salido en ese momento, todo el mundo se habría enterado de mi escondite.

Ella se levantó rapidísimo y se alejó corriendo y llorando. Estuve ahí un rato más, pero ya no me divertía tanto cuando la gente caía en el charco. Me quedé pensando en ella. No me importó la lluvia o que Pedrito le viera al salir del árbol. Decidí seguir sus huellas en el barro. Salí corriendo. La encontré parada frene al portón de una vieja casa de madera, esperando algo, con los brazos cruzados contra el pecho, protegiendo en vano ya los huevos rotos y el pan desecho. Estaba ahí, parada, como si las gotas de agua no golpearan su cara, empapada en lluvia y llanto. Yo también me mojaba, pero no temblaba tanto como ella. Recién cuando aquel hombre abrió la puerta pude entender que su temblor no era por la lluvia ni el frío. Ni siquiera pensé en correr para alejarme de ahí, solo recuerdo que en menos de un minuto ya estaba en mi casa, soportando por primera vez con paciencia los reproches de mi madre, convencido de que eso no era nada al lado de lo que estaría pasando aquella niña. Esa fue la primera vez que la vi.

Al día siguiente yo no fui a la escuela porque fingí estar resfriad para dedicar esa mañana a tapar el hueco en donde se formaba el charco. Al día siguiente ya en la escuela tenía dos intenciones bien claras: una era volver a ver a la niña, y la otra, esperar a que fuera la hora de salida para golpear a Pedrito (Pedrito es una forma de decir, era uno de los más grandes del tercero). Esto último fue lo primero que hice; me armé de "valor" y esperé a que se juntara suficiente gente en el portón de salida, para que no se me descubriera a su agresor, y mientras le daba un coscorrón dije: esto es por la nena, y salí corriendo.

Volví a verla en la escuela, una semana después. Durante el recreo la maestra Carla la llevó a la sala de la directora, fui corriendo hasta la ventana que quedaba detrás del escritorio de la dirección para ver qué pasaba. Ellos no me veían porque yo sabía esconderme; en los juegos nunca podían encontrarme, a excepción de aquella vez, por lo de Beatriz. Pedrito ya había empezado a contar y yo ya había elegido mi escondite, pero ella que me agarra del brazo, y vamos rápido, allá… yo sabía que no era el lugar más seguro, pero a mí no me importaba, estaba con Beatriz, shhh, no hagas ruido, decía ella mientras yo la miraba, entonces Pedrito que se acerca y ella que me agarra fuerte del brazo y ¿me querés?, y yo no alcanzo a contestar porque Pedrito nos descubre entonces salgo corriendo y Beatriz detrás de mí y yo detrás de Pedrito.

En la dirección la maestra Carla mostraba algunas marcas en el brazo de la nena, no pude escuchar mucho, pero no hizo falta. A mi me asustó, más que los moretones, la indiferencia de la nena, parecía que si todo el mundo caía en ese instante ella sobreviviría así, sin decir nada, y mientras tanto la maestra Carla y la directora que le hablaban y acariciándole el cabello y la nena mirando fijamente, mirándome a mí, directo a mis ojos… entonces la maestra Carla le dice algo al oído y ella asiente sin sacarme de sus ojos; yo salgo corriendo, qué otra cosa podía haber hecho.

Casi sin darme cuenta ya estaba dentro del árbol, esperando ver a los estudiantes volver de la escuela. Uno de los primeros fue Pedrito, me gustó ver esa marca en su cara; miré la mía en mi puño, todavía me dolía un poco, pero pensé que a él le dolería más, eso me reconfortó. Ella no tardó mucho en pasar, y no me habría sorprendido tanto verla si no llevara mi mochila en sus brazos; la había olvidado en la escuela, y ella la trajo para devolvérmela. Yo no podía permitir que ella llegara a mi casa y que descubrieran mi fuga. Salí del árbol sin importarme ser descubierto, el temor al castigo de mi madre era más grande.

Ella tenía en la cara algo de sorpresa, era natural que no esperase ver a un niño salir de entre las tripas de un viejo árbol, yo me iba acercando con algo de vergüenza. Ella estiró el brazo sin decir una palabra, yo agarré mi mochila y le dije gracias, ella se fue alejando, ¡no le cuentes a nadie! Le dije, ella se detuvo, dio media vuelta y me miró, después miró el árbol y me volvió a mirar, con una media sonrisa, y comenzó a caminar tan lento que todavía ahora me parece verla alejándose de mí, todavía en una distancia que no termina.
No volví a saber nada de ella hasta mucho tiempo después, realmente mucho tiempo después, en una tormenta.

Lluvia, lluvia, lluvia. Era increíble cómo llovía. Los árboles se parecían al péndulo de ese gran reloj de la casa del abuelo; de izquier-da a dere-cha, de izquier-da a dere-cha. Relámpagos y truenos estridentes que rasgaban el cielo con rayos que parecían caer demasiado cerca. Yo miraba desde mi ventana con los ojos bien abiertos, no quería perderme de ningún detalle. Entonces, en uno de esos relámpagos que parecen revivir el día por un segundo, como si le dieran descargas eléctricas al corazón de la noche, veo una figura que se acerca al árbol... yo sabía, yo sentía que era ella. Bajé corriendo pero no pude pasar del umbral de mi casa. No fue la lluvia la que me detuvo, nunca me importó mojarme, fue más bien algo adentro del pecho. Quedé ahí parado, mirando el árbol que apenas se distinguía del resto del paisaje gracias a la luz del alumbrado que agonizaba entre sus ramas. En algún momento esa escena se me fue haciendo menos clara, pero no dejó de evidenciarse una figura lenta e indecisa que de alguna forma misteriosa me invitaba a seguirla.







Hay veces en que quiero llorar por aquella noche, porque no pude. Pero ese empeño de mis lágrimas por retenerse en una mirada. Pero también hay noches en que lloro por llorar nomás, porque no hay motivo para el llanto, porque el silencio es más grande y más pesado, porque el corazón no se deja y una muerte no basta, porque todo ese dolor no alcanza a juntar una lágrima. Llorar por el llanto, como ahora; desahogarse en uno mismo, sentir un surco en las mejillas y sacarlos con disimulo porque alguien nos puede ver. Llorar porque nadie nos ve, y es inútil gritar en medio de tanto silencio.





entendí todo cuando vi las marcas de moretones en los brazos. Ahí vi que con preocupación la maestra Carla le mostraba unas marcas de golpe en el brazo de la niña. Escuché una conversación entre la directora y su maestra, donde esta le decía que la justificación había sido “un resfriado” pero que ella pudo notar marcas de golpes en el brazo de la niña.

traté de disimular mi rabia durante el recreo y para la hora de la salida ya tenía todo planeado. La niña de enfrente. Ella volvía corriendo de la escuela, protegiendo sus cuadernos contra su pecho, el pelo suelto y mojado le dificultaba la visibilidad; sería un milagro que no cayera. Nervioso la miraba desde la ventana, acercarse cada vez más al charco. Esa mañana yo no había ido a la escuela porque estaba resfriado. NO OLVIDAR LA LINTERNA… quise


La lluvia de esa mañana fue repentina. Yo disfrutaba mucho más de esos aguaceros que agarraban desprevenida a la gente que pasaba corriendo frente al árbol, improvisando paraguas sobre el rostro.

A nadie en la casa, excepto a mí, le gustaba cuando llovía. Yo por ser el más chico tenía que obedecer las órdenes de quedarme adentro y no salir, porque podía ganar un resfriado. Pero algunas veces conseguía escaparme y salía corriendo a la calle hasta el viejo árbol de la esquina, ahí mismo donde había caído el rayo. A mi me entusiasmaba la idea de saber que nunca un rayo podía caer dos veces en el mismo lugar; no recuerdo en dónde lo había escuchado, pero si eso era cierto yo estaba en el lugar más seguro del mundo.

Una de estas leyes consistía en no asomarse a las ventanas y ni hablar de salir los días lluviosos, sino por el contrario, abrigar (me) se bien y si era posible, acostarse antes de lo acostumbrado.

Yo
efraím...
02:12Medina
Holz Yann
02:13Yo
en realidad me llamo Rubén.. me gusta la música de Yann Tiersen.. soy de Paraguay...
02:14Medina
Entiendo. ¿Cómo vas Rubén?
02:15Yo
me gusta lo q escribes.. aunq es poco lo q conseguí leer de vos.. acá es imposible conseguir tus libros.. tengo un cuento atragantado en la cabeza desde hace tiempo.. en ese cuento utilizo un epígrafe de tu cuento Cinema Arbol..
me gustó mucho..
no consigo terminarlo..
02:18Medina
A veces es duro terminar un texto, en esos casos recurro al absurdo.
02:20Yo
también hago eso a veces. qué bueno poder charlar contigo..
02:21Medina
Eso es lo bueno de la realidad virtual
Allá debe ser tarde, yo me estoy despertando en Barcelona
02:22Yo
si.. acá son las 2:21am...
estás con la música ahora??
02:23Medina
Si, vine a dar un par de conciertos
02:26Yo
yo estudio música en un conservartorio de acá.. aunque no estoy muy apegado a las academias.. y también estudié letras en la facultad.. me gustan ambas cosas.. pero a veces no sé hacia dónde ir.. siento q debo decidirme por una de las dos para cumplir bien con una... no te pasa??
02:28Medina
A esta altura ya sé que lo mío es escribir, uso la música como parte de mi ejercicio de escritor, de un modo experimental
02:31Yo
a mí sin embargo me sucede lo contrario.. veo q la literatura como una herramienta de composición..
cómo supiste q lo tuyo era la literatura?
02:34Medina
Es como un feeling, algo que se convierte en una extensión tuya. Consigo proyectar mi mente cuando escribo y la música es un elemento que se agrega y matiza.
02:37Yo
q bueno q puedas realizar ambas cosas..
02:37Medina
No tengo suficiente talento musical para dominarla como elemento, en cambio escribiendo me siento más seguro
Seguro que también podrás usar los dos elementos hasta hacerlo uno solo, depende de lo que quieras expresar.
02:42Yo
A mí me pasa algo parecido. Yo empecé con la música, pero tuve que dejarla mientras concluía la facultad, entonces ahí me enamoré de la literatura y me apegué a ella como medio de expresión. Volví a la música, pero llevo más tiempo ejercitándome en el aspecto literario. Creo que no lo hago tan mal... También tengo algunas canciones, pero hay mayor producción literaria que musical...
"La más leve llovizna hacía correr al público del teatro Apolo en busca de amparo mientras nosotros en el árbol permanecíamos invictos" (esto es lo que uso de epígrafe) =)
02:44Medina
Chévere
recuerdo bien esa imagen.
02:45Yo
me gustó mucho ese cuento..
te busqué mucho por la web..
tus textos, digo...
me enteré de vos por un foro de literatura
02:49Medina
entiendo
me gusta tener estos espacios para compartir textos y diálogos
02:50Yo
me parece exelente que hagas esto.. buenísima onda.. =)
podría enviarte el primer párrafo?
02:51Medina
Ok
02:52Yo
El árbol
La más leve llovizna hacía correr al público del teatro Apolo en busca de amparo mientras nosotros en el árbol permanecíamos invictos
Efraín Medina Reyes
Hacía frío y llovía. Desde pequeño se sentaba a mirar la lluvia frente a la ventana de su cuarto, apartaba las cortinas que su madre había cerrado minutos antes para prevenirlo de algún resfrío y apoyaba su cara contra el vidrio; podía ver bien cómo las gotas se estrellaban como kamikazes y no quedaba de ellas más que una vaga huella momentánea que se escurría y era borrada al instante por otra gota suicida. Pero ahora, después de tantos años, se complacía con imaginar aquel espectáculo en el ventanal de la biblioteca desde la pasividad del sillón, con el cigarro en la mano ya rugosa que dudaba siempre para atinarle a la boca, con la mirada indagando el movimiento desacelerado e inconstante de aquel árbol. En esa lenta monotonía de los vicios silenciosos, le llegó el recuerdo. Se preguntó cómo podía a pesar de tanto tiempo permanecer intacto en su memoria, y aventuró una teoría sobre la fragilidad de ésta ante los detalles menos trágicos. Ya no supo bien si fue la lluvia, el frío, o el árbol del parque, o toda esa tormenta de gotas desparramadas en charcos de rostros extraños y cambiantes lo que después de tanto tiempo le volvió a arrastrar hasta ella.
02:55Medina
Estupendo Rubén
buen ritmo.
02:56Yo
cha!! no lo decís por halagarme..verdad?
02:58Medina está desconectado/a.
02:58Medina está conectado/a.
02:58Medina
Jamás haría algo así
no es mi estilo
no es mi estilo
es un buen fragmento
y espero lo lleves a buen fin
03:00Yo
cha!! yo estaba a punto de abandonarlo.. es que lo tengo inconcluso hace bastante tiempo ya.. me cuesta mantener una voz narrativa uniforme...
Medina
A veces basta alejarse un poco
y luego volver de forma inconcinte
inconsciente al texto
03:04Yo
ahora esto es más que un incentivo para terminarlo... =)
03:05Medina
Estaremos hablando
y suerte con todo
Te mando un abrazo
03:05Yo
gracias.. un tremendo placer..
03:06Medina
Ahora voy a ensayaer
Cuídate mucho
03:06Yo
gracias!! igualmente!!
03:06Medina
y dale a ese relato
03:06Yo
hasta pronto hermano!!
03:06Medina
que saldrá algo buenio
ciao brother
03:06Yo
chau!!
gustazo, viejo =)





Carta
Te escribo, al fin, después de tanto tiempo.
Te escribo a vos, para mí, para saberme en verdad y quien sabe...
No diré quien soy, al menos no de una manera explícita, pero sí, quizá logres reconocerme entre estas líneas, quizá estas palabras me nombren con mayor veracidad que aquel sustantivo con el que todos me llaman, incluso yo mismo, ignorando mi yo verdadero y superlativo. Todavía no sé muy bien lo que quiero decirte. Te escribo para saber precisamente el para qué y el por qué y el dónde y cuándo y el tal vez. Quizá debería detenerme en este instante y replantear la intensión de esta carta, pero soy conciente de que si me detengo a pensar, como lo estoy haciendo ahora (pausa de cinco minutos), jamás terminaré. Pensar es lo que me alejó de vos. Claro, la gente dice que hay que pensar para actuar, yo sin embargo “pienso” que el acto mismo de pensar reprime el actuar. No pretendo hacer de esto una aburrida exposición de mi supuesta cosmovisión filosófica, pero de alguna forma debo nombrar estas cosas que influyeron en mi actuar, o más correctamente: en la omisión de mis actos.
Todavía no dejo de arrepentirme por haber recorrido con tanta displicencia esta distancia de meses y llanto. Todavía te niego y te guardo como un secreto, pero qué otra cosa puedo hacer. A veces hasta consigo engañarme, y te soy sincero: ahora ni sé qué es lo que me pasa contigo. Me arriesgaré a explicarte desde mi yo más adentro mío. Cuidado, esto significa que estoy, estás, estamos completamente expuestos a la equivocación, al engaño.
Quizá deba remontarme a mucho antes de nuestro encuentro, hasta antes de ser yo el que era, y narrar, una por una las historias que me fueron formando, o deformando; pero no quisiera aburrirte o mejor, preferiría evitar recordar algunas cosas.
Finjamos entonces que todo empezó aquel día, cuando nos vimos. Yo, en un rol extraño todavía para mí, trataba de escapar con mi mente de ahí, de aquel lugar tan lleno de gente, nunca me gustó mucho ese tipo de actividades sociales, hasta que me tope contigo, la chica de bufanda naranja, y ya no quise escapar.
Hubo un momento en el que nos miramos, sin desviar la vista en un parpadeo, como lo veníamos haciendo disimuladamente y “quisiera saber tu nombre, tu lugar tu dirección y si te han puesto teléfono, también tu numeración”, no  me escuchaste, es verdad, pero quizá fue culpa mía, quizá debí levantarme y gritar o hacer algo, aunque sea un mínimo movimiento de los dedos. Pero en verdad sí estaba haciendo algo, dentro de mí te estaba meditando y calculando posibilidades, sacando números y porcentajes, estaba “pensando”. Entonces, tomando en cuenta la severidad de aquellos números decidí quedarme ahí, sentado, y confiar en que a la semana siguiente todo volvería a ser normal; la mañana con su color café caliente y pálido, el avance parsimonioso hacia el baño, reconocerse a medias en el espejo, quitarse un poco el desgano a punta de agua fría, y esas otras cosas absurdas pero necesarias.
Pero no fue así, nunca es así. Obviaré aquí los detalles que me hicieron desconfiar de aquellos números y porcentajes esa semana siguiente; digamos que fue un rumor, una equivocación del destino o el azar o casualidad o causalidad o como quieras llamar a aquellas cosas extrañas que hacen que dos personas se encuentren. Entonces yo decidí escribirte un mensaje, una sola palabra que era lo más valioso para mí de aquel rumor vago e inconstante que rondaba todavía en mi cabeza al día siguiente, amenazándome con una mirada aparentemente inofensiva. Tu nombre, era lo único que tenía de vos, y la borrosa imagen de una chica con bufanda color naranja, y aquella sensación de la mirada, aquello era lo que verdaderamente te mantenía viva para mi.
Y empezamos aquel juego, una especie de coqueteo, alimentando la vanidad con quizás y tal vez, y por qué no algún día.
Y pasamos algún tiempo así, sin sabernos muy bien, en ese extraño juego de amistad suicida. Después supe lo de tu novio. En verdad ya lo sabía, sí, pero no desde tus ojos. Entonces ya era tarde. Decidí dejarte, alejarme, salirte de mí. Y te lloré, te lloré mucho, como se lloran las cosas perdidas, esas cosas que uno no sabe de donde vienen ni a donde van ni por qué se quedan. Y ni aún con todo ese desangrar de lágrimas pude exorcizarte de mí. Entonces comencé a callarte, y a murmurarte a veces por caminos extraños y por noches de insomnio; varias noches transitadas con tu ausencia.
Pero dejémonos ya de esta cursilería barata. Dejémonos de engañarme, de engañarnos. No te dejes persuadir por mi palabrería, por mi silencio. Busquemos la verdad. Dónde esta la verdad? Quien me puede dar ahora una certeza? Vos? Hablemos ahora de realidades y dejemos ya de una buena vez este absurdo juego literario, este intrépido ejercicio a lo más. Mierda mierda mierda. Así estoy ahora. Cansado. Aburrido. Con ganas de hacer algo. Con ganas de no hacer nada. Te escribo. Te pienso a veces. Te extraño. Pero no ahora. A la de antes. Creo que ni siquiera te extraño a vos. Extraño aquel tiempo. Aquellas sensaciones. Aquellas ganas. Aquel delito de intentar enamorarte. Aquel yo. Por eso digo que te escribo esta carta a vos, para mí. En realidad todo es para mí. Hasta mi egoísmo. Hasta el egoísmo de los demás. Hasta ese ñembo amor disfrazado de casualidades. El amor, entendes? Esa necesidad tan necesaria. Que sea necesaria no la hace vana? Todo es vanidad dice Eclesiastés. Dios es amor. Dios es la necesidad de tener fe. Dios es la ilusión de algo bueno y perfecto. Dios es un misterio. El amor es un misterio. Es la necesidad de tener fe; no de confiar, de tener fe. La fe sería como tener la voluntad de aceptar e inclinarse con toda el alma, con todo el corazón palpitante y doloroso hacia una idea que si bien es anhelada no la tenemos como una certeza palpable. Es creer. “El que cree escucha en el silencio, ve en la oscuridad” dice Nahum. El que escucha en el silencio y ve en la oscuridad debe ser tomado como un loco. Entonces creer sería algo así como un caso de esquizofrenia solapada con una cosmovisión religiosa. Y socio-psicologicamente podría decirse que es una acción humana destinada a mitigar la necesidad de aferrarse a un algo hermoso, bello, absoluto, perfecto, indeterminado, que lo ayude a sobrellevar los avatares de la existencia. Y el amor, en el mismo área de estudio sería: Conjunto de reacciones químicas y síquicas que llevan a dos (a veces más, a veces menos) personas a vincularse (y desvincularse), a confiarse (y desconfiarse), a prometerse (y a engañarse) alternativamente en un periodo que puede durar entre 2 a 5 años (a veces más, a veces menos); a este período se lo conoce como noviazgo o también matrimonio o también concubinato o también de ninguna de estas formas. Esta enfermedad (perdón); este… este… este “algo” tiene como características principales: 1) aceleración del pulso y de las palpitaciones cardiacas por parte de la persona afectada en presencia de la otra persona que puede o no estar padeciendo el virusi. 2) Mirada perdida y enajenada. 3) Constantes suspiros y alusiones directas, indirectas, y/o secretas dedicadas a la victima. 4) Durante la primera etapa de la enfermedad el paciente carece de sensibilidad e interés hacia otro tipo de actividades que no sea pensar en la persona amada, esto en el mejor de los casos; en los demás (que desgraciadamente son los más comunes) el paciente ni siquiera piensa. Esta actividad produce una especie de hormigueo en el vientre que suele ser descrito como “maripositas en el estómago”. Y así, ves? Ejercicio literario. Ahora te reduje a eso. Te enaltecí a eso. Y todo esto para qué? Para que veas que a veces soy así como estos últimos renglones y otras soy el de más arriba y después seré como el de más abajo. Soy todos ellos juntos por separado. No soy ninguno de ellos. Exactamente así, pero al revés. Definible los días martes y jueves. Indefinible los días miércoles a partir de las tres de la tarde.
Qué es esto?
Sincericidio (como diría una amiga). Un arrebato de sinceridad que podría provocar nuestra muerte.
Y para qué todo esto otra vez?
Queseyo yoquese. Ni siquiera tengo la seguridad, ni la voluntad de enviarte este texto. Quizá lo único que busque sea desahogarme, arrancar el último pétalo de margarita, el último nomequiere.
Quizá (otra vez quizá; soy una posibilidad, viste?) quizá cuando te envíe esto todos y cada uno de los sentimientos, palabras, omisiones, pensamientos, alucinaciones, etc etc sean ya ajenas a mi persona. “Quizá para mañana sea tarde” dice Perales. “Quizá ya no sea yo cuando me encuentres” dice Silvio. Tenés que escuchar Silvio. Pero quizá, entendés? O sea, posibilidad… puede que no o que sí y hasta que tal vez, quién sabe…
Aparte.
Lo que sí me gustaría es (si te lo envío, claro está), que me respondieras de una manera no tan silenciosa ni abstracta ni evasiva. Alguna especie de desahogo lírico sincericida estaría bien. Te dije que me gustabas como poeta.
Ya me voy despidiendo. Hay otras cosas que podría haberte dicho, y muchas más que quizá debería haber omitido, pero ya ves, soy víctima de momentos y circunstancias, alterado por impulsos y represiones.
Ah! Quizá para mayor comprensión de la ambigüedad de esta carta deba decirte que fue escrita en un período de más o menos un mes, interrumpido por espacios de cansancios y ocupaciones (obligaciones) menos interesantes.

Me despido de usted señorita, con todo lo que me queda de esperanza (que ya no es mucha)

El hombre gris.

viernes, 14 de agosto de 2020

Antes

 La siguiente escena se desarrolla en un cuarto de baño, en un hospicio añejo y barato. Un hombre frente al espejo (Lucas) se afeita la barba. Es de noche y no sabe si es tarde o temprano para salir a la calle. La mujer que amó agoniza a su costado:

Probé del dolor que emanaba de su sangre. Husmeé su aliento agonizante. Cada espasmo suyo me sobresaltaba excitante. Corté su cuello con languidez de seda cayendo por su cuerpo. Adiós, le dije mientras le besaba los labios. Adiós, dijo ella.

jueves, 16 de abril de 2020

El inicio

Podría decirse que esto empezó antes de que sus voces se conocieran, antes, mucho antes, cuando apenas su interactuar se daba a través de sutiles gestos que delataban cierto interés recíproco y bastaba una mirada para confirmar el presagio de un encuentro inevitable.
Pasó el tiempo, tal vez un año o dos semanas. Qué vertiginosos caminos deambularon ciegamente hasta aquella noche.
Ambos, fervientes practicantes de la vocación del encanto, tramaron la obra.

Distanciamiento de las sombras

Y tanto el uno como el otro fueron sombra de un mismo reflejo, buscándose a sí mismos, repitiéndose recíprocamente sin saber ya quién había comenzado.
Era una danza y la música comenzaba a hacerse lenta, aunque estrepitosa, marcada con quiebres abruptos, radicales, violentos. La melodía ya casi ni se oía y sin embargo las sombras seguían danzando, más distantes, apenas ya también ellas fluctuando en inercia infinita, Insinuando aproximarse de pronto, más lejos después, ya perdiéndose, ya volviéndose a encontrar.

sábado, 26 de octubre de 2019

Todo está dicho


Nada que no se haya expresado ya
a través de la metáfora que nos evidencia
en gestos silenciosos
permanece oculto
a los ojos
de quien en nosotros
busca reflejarse.

lunes, 23 de abril de 2018

Música en la sangre

Tenía la música en la sangre; lo pudo comprobar cuando accidentalmente se cortó con un cuchillo y se comenzó a oir una melodía, y de la herída salía sangre y pentagramas y corcheas y silencios.

lunes, 12 de febrero de 2018

Primer amor (Samuel Beckett). Fragmento

¿Entonces no quiere que vuelva?, dijo. Es increíble cómo la gente repite lo que uno acaba de decirles, como si temieran la hoguera si dan crédito a sus oídos. Le dije que viniese de vez en cuando. Conocía muy mal a las mujeres por aquel entonces. Sigo sin conocerlas por otra parte. Ni a los hombres. Ni a los animales. Lo que menos desconozco, son mis sufrimientos. Los pienso todos, cada día, se hace rápido, el pensamiento es tan rápido, pero no todos vienen del pensamiento. Sí, hay algunas horas, al principio de la tarde sobre todo, en que me siento sincretista, a la manera de Reinhold. Vaya equilibrio. Y encima también los conozco mal, mis sufrimientos. Eso debe de ser que no soy sólo sufrimiento. He aquí la astucia. Entonces me alejo, hasta el asombro, hasta la admiración de otro planeta. Raramente, pero con eso basta. Ninguna bobada, la vida. No ser más que puro sufrimiento, ¡cómo simplificaría las cosas! ¡Ser doliente puro! Pero eso sería competencia, y desleal. Ya se los contaré a ustedes de todos modos, un día, si me acuerdo, y puedo, mis raros sufrimientos, detalladamente, y distinguiéndolos con cuidado, para mayor claridad. Les contaré los del entendimiento, los del corazón o afectivos, los del alma (bellísimos, los del alma), y luego los del cuerpo, los internos u ocultos primero, luego los de la superficie, empezando por los cabellos y descendiendo metódicamente y sin apresurarme hasta los pies, centro de los callos, calambres, juanetes, uñeros, sabañones, hongos y otras extravagancias. Y a los que sean tan amables que me escuchen les diré al mismo tiempo, conforme a un sistema cuyo autor he olvidado, los instantes en que, sin estar drogado, ni borracho, ni en éxtasis, no se siente nada. Entonces naturalmente ella quería saber lo que yo entendía por de vez en cuando, vean a lo que uno se arriesga, abriendo la boca. ¿Cada ocho días? ¿Cada diez días? ¿Cada quince días? Le dije que viniera menos veces, muchas menos veces, que no viniera en absoluto de ser posible, y que si eso no era posible que viniera las menos veces posibles. Por otra parte al día siguiente abandoné el banco, menos a causa de ella debo decirlo que a causa del banco, cuya situación ya no respondía a mis necesidades, tan modestas sin embargo, ya que los primeros fríos comenzaban a hacerse sentir, y por otras razones de las que sería ocioso hablar, a gilipollas como ustedes, y me refugié en un establo de vacas abandonado que había localizado en el curso de mis paseos. Estaba situado en el ángulo de un campo que mostraba en su superficie más ortigas que hierba y más barro que ortigas, pero cuyo subsuelo poseía posiblemente propiedades remarcables. Fue en ese establo, lleno de boñigas secas y huecas que se hundían con un suspiro cuando las tocaba con el dedo, donde por primera vez en mi vida, y diría gustosamente por última si tuviese bastante morfina al alcance de mi mano, tuve que defenderme contra un sentimiento que se atribuía poco a poco, en mi espíritu helado, el horroroso nombre de amor.