domingo, 29 de noviembre de 2009

amor pasajero 1

Sé que el día y la hora son irrelevantes, pero era un sábado 19 de octubre a las 9:31pm. Yo subí al omnibus como quien sube sin sospechar que alli dentro encontrará al amor de su vida (o de subida, si el omnibus se encuentra ascendiendo una pendiente). Como no lo había sospechado, no encontré al amor de mi vida, ya que ella subiría recién en una de las siguientes cuadras. Entonces me ubique en uno de los asientos del frente, el omnibus estaba casi vacío. Ella sube. Nos miramos. Ella se sienta frente a mi. Yo miro a traves de la ventana, la noche esta hermosa, se logran distinguir esporadicas estrellas entre ramas y edificios y también unos ojos, sí unos ojos, los de ella como un espejo en el vidrio, la noche de fondo, los edificios, las estrellas. Se desvian las miradas, confundidas. Pasan algunos segundos. Otra vez el paisaje. La noche es una buena excusa para mirarnos. Otra vez los ojos se parpadean el uno al otro, como una tierna caricia. Debo hacer algo, medito algo indeciso. Escribi tu numero de telefono en la boleta del colectivo y dáselo. Dale, hacé porque te vas a arrepentir, sabés que te vas a arrepentir. Otra vez los ojos en la ventana, esta vez resisten más que un parpadeo. Dale, hace ya. Te vas a arrepentir.
El omnibus se va acercando al destino, los ojos en la ventana son casi una tortura. Dale hace que te vas a arrepentir, sabés que te vas a arrepentir.
Saco la boleta, la miro, garabateo unos numeros, el omnibus cerca del destino.
Bueno, te levantas y lo dejas caer en el asiento de al lado, ella se va a dar cuenta, te va a estar mirando, solo tenés que dejar caer la boleta, solo eso.
Destino. Me levanto. La boleta ahorcada en la mano derecha, sin respirar, casi ya muerta. Dejala caer, dejala caer, solo eso...
Bajo. La boleta asficciada en mi mano derecha. Doy unos pasos. El omnibus todavia no retoma la marcha. Doy un ultima mirada a la ventana. La chica levanta suavemente una mano y la apoya en el vidrio. Se despide. La mano derecha presiona fuerte, fuerte. La boleta muere, cae y no deja de caer.

martes, 10 de noviembre de 2009

domingo, 8 de noviembre de 2009

CARTA

Atribuida al autor más o menos conocido como J.T.
a E. P.

Le agradezco, profesora, sus comentarios; no porque hayan sido halagadores sino por el solo hecho de haberse tomado la molestia de atender las solicitudes un tanto atrevidas en este caso, ya que inconcientemente quizá, le mandé mis textos sin antes prevenirme de su consentimiento… espero que sepa comprender ese descuido y le ruego me disculpe…
Ahora, ya habiendo expresado mi contrición y sospechando ya una benévola disculpa, me arriesgo a reincidir en el pecado… es que tengo un dilema existencial con la elaboración de mi Tesina… Estuve cavilando en el tema que sería algo así como “el existencialismo en la obra de Giovanni Papini” pretendo hacer un análisis de dos cuentos suyos desde el existencialismo de Kierkegaard quizá, ya que es algo más espiritual y Papini “padeció”, ya en su apogeo literario, el cristianismo. Al decir padeció no estoy intentando ser visto como hereje o apostata ya que también yo “soy” cristiano. Y vuelvo a utilizar comillas intentando darle la connotación precisa, para que sea comprendida, o mejor, incomprendida pero con exactitud, cosa que no deseo y me parece injusto y justo al mismo tiempo. Me arriesgaré a explicar (ya previendo mi fracaso). Justa y comprensible: porque sería una definición exacta, cuadrada, e injusta e incomprensible por el mismo motivo; porque intento definir y limitar al “soy” y no quiero ser introducido dentro de uno de esos cuadriculados donde las personas, a quienes Unamuno bien llamó de “espíritu perezoso” encasillan a otras y se evitan así la molestia de investigar y encontrar una verdad propia, una verdad verdadera para si mismos… ¡he aquí un divague existencial! Esto sí que no merece indulgencia, por eso evito las excusas… Y ahora que aparece Unamuno, creo que también podría valerme de su filosofía (aunque no estoy seguro de que pertenezca al cuadro del existencialismo) pero tomando en cuenta que eran contemporáneos y lectores recíprocos, podría ser una ventaja…además desconozco lo suficiente de Kierkegaard como para ser acusado justamente de padecer el “síndrome de desconocimiento kierkegaardiano”(1) . Tomando esto como premisa y teniendo en cuenta los síntomas de esta enfermedad y los efectos secundarios a los que inducen los fármacos(2) , concluyo que usted sabrá (espero) compadecerse de mi actitud contradictoria…

Augurando una respuesta, me despido de usted, con el afecto de siempre




(1)Enfermedad degenerativa que afecta al cerebro y que origina un deterioro gradual y progresivo del parénquima encefálico del hemisferio izquierdo, identificada comúnmente con las siglas SDK (síndrome de desconocimiento kierkegaardiano). Parece que la enfermedad de SDK disminuye la concentración del neurotransmisor acetilcolina en el lóbulo temporal, lo que produce agnosia visual, es decir, una incapacidad para comprender o reconocer lo que se está viendo, aunque su facultad para ver los objetos permanece. Algunos de sus síntomas más comunes son: la dificultad para deletrear y pronunciar correctamente la palabra Kierkegaard, la antipatía hacia el existencialismo y también la falta de apetito. Las causas del SDK siguen siendo un misterio y se desconoce un tratamiento curativo y aunque no se hayan documentado oficialmente casos fatales, nadie se atreve a desacreditar su peligrosidad ya que es temiblemente contagiosa.
(2)Los medicamentos que se utilizan para contrarrestar el progreso de la enfermedad contienen una sustancia que promueve inevitablemente la elaboración de un texto (generalmente una carta) de contenido ambiguo e inexplicable hasta ahora para los científicos.

Acerca de un autor poco conocido

Miroslav Fulanovich Vavilenov Sergueevna era el verdadero nombre del escritor más o menos conocido como J. T.
El éxito del prolífico artista se vio eclipsado por el sistemático ataque promovido en su contra por parte de los críticos de aquella época. Él, sin embargo, atribuía la poca aceptación de su obra a la compleja sencillez de sus escritos, que lo hacían comprensibles sólo para algunos afortunados.
Contrariamente, sus más obstinados detractores argüían que las obras “carecían de valor para el público” porque estaban exentas de belleza literaria y hasta de los acostumbrados mensajes moralizadores. Pero el mayor defecto, que pudieron comprobar con ulterioridad, era que lo expresado por el texto guardaba poca, o ninguna relación con la idea que el autor deseaba transmitir. Esto se puede apreciar – según los críticos- con gran facilidad en su cuento titulado “La traición”, del cual extraemos el siguiente fragmento:
“Salieron al jardín para cazar mariposas. Su prima había capturado una que dijo se asemejaba a las galletas almendradas que preparaba mamá; pero a Marina poco le gustaban las galletas almendradas, ella prefería las de vainilla con trocitos de chocolate” (…).
Según expresiones ofuscadas del propio autor, en este párrafo está claramente expresada la envidia que sentía Marina hacia su prima y ya se puede vislumbrar también los deseos de traición, reprimidos por la misma; hecho que se confirma con magistral sencillez recién en la última frase reveladora: “Marina agarró una que se parecía a las galletas de chocolate”. Sin embargo, para algunos críticos poco escrupulosos, el cuento más bien debería titularse: “Cacería de mariposas” o “Mariposas con formas de galletas” ya que la pequeña narración – de un solo párrafo- no pasa de ser una tediosa descripción de dos niñas cazando mariposas en un jardín.
A pesar del tiempo, de los críticos y de las mariposas con forma de galletas, la obra de Miroslav sigue apasionando a los más ambiciosos críticos que se empeñan en descubrir la secreta fórmula con la que el talentoso escritor codificaba sus obras.

Insomnios

I
No son estos supuestos, ni sonetos ni honestos
¿Máscaras? ¡Ay Mi máscara!, mi más cara más mía.


II
La teoría es buena solo si se la lleva a la práctica, pero la práctica es buena solo en teoría.


III
Habría sido más inolvidable si no hubiera nada para olvidar.



IV
Si me echo a la tarea de escribir mis memorias, estoy seguro de que olvidaría algo.



V
¿Me creerías si te dijera que no deberías creerme?



VI
Yo planté una margarita, para deshojarla con tu nombre.


VII
Aquellos eran tiempos suicidas, horas que buscaban estrellarse en relojes descompuestos; kamikazes del olvido.


VIII
Yo solo quería guardar tu rostro en la memoria de mis dedos.