jueves, 20 de junio de 2013

aprendizaje

aprender a

olvidarte de memoria

reconstruirme como si no me hubiera muerto una semana

desempolvarme los sueños de mi rostro

construir una palabra silenciosa

postergar un suspiro

dejar un recuerdo para mañana

cansarme de decir tal vez

sombra y uno mismo


"Al llegar a una esquina, mi sombra se separa de mí, y de pronto, se arroja entre las ruedas de un tranvía"

Oliverio Girondo
-Hola -dijo la voz que no tenía rostro ni cuerpo. Yo miré a todos lados. La noche estaba fría.
-Hola, -dijo otra vez.
-Hola -dije por decir algo. Tuve miedo. Estaba solo en la calle.
-Hola -dije de vuelta y me fijé en mi aliento que salía como humo de cigarro.
-Estoy aquí -dijo la voz y también pude distinguir su aliento en el muro.
-A dónde vas -preguntó.
-Voy a mi casa.
-¿A qué vas?
-Tengo frío -respondí.
-¿A qué vas? -Volvió a preguntar.
-No sé. Tengo frío y es tarde.
-¿No sabes a qué vas a tu casa?
-Voy a dormir, a comer.
-Así que estás cansado y tienes hambre.
-Sí. ¿Quién sos? ¿Qué sos?
-Yo soy tu sombra. Quedé atrapado en este muro.
-¿Cómo fue que pasó eso?
-No sé. Tú siempre dejas tus cosas por ahí. Seguramente eso pasó.
Me fijé en el piso girando una, dos, tres veces. La luz de aquel alumbrado era débil, pero aún así debía proyectar alguna sombra mía.
-Es verdad. No tengo sombra –dije.
-Por qué habría de mentirte.
-No dije que mintieras.
-Dudaste de mí, de tu propia sombra. Quizá por eso me dejaste.
-Yo no te dejé.
-¿Entonces qué pasó?
-No sé. Recién ahora me percato de tu ausencia.
-Ni siquiera te esfuerzas en disimular tu desinterés.
-No es que no me interese. Es que uno no se anda fijando en su sombra a cada rato. Las personas asumen que están ahí, como siempre. Perdoname pero debo irme ya.
-¿Así sin más?
-Sí. Hace frío -dije y me alejé lento, con un extraño sentimiento de angustia. No debí tratarle así. Quizá deba volver a disculparme.
Llegué a casa y encendí la luz de mi habitación. Nunca aquella luz me pareció más trágica y cruel. Busqué mi sombra en el piso. Fui por una vela, también probé con una linterna pero no funcionó (a la linterna le faltaba una pila). Apagué la luz y pensé en mi sombra. Mi sombra, dije.
Desperté muy temprano. Lo de la noche anterior seguía presente en mí. ¿Lo habré soñado? Había un poco de luz que entraba por la ventana. No quise levantarme. No quería mirar el piso. Mi sombra, mi sombra, pensé en voz alta sin atreverme a desviar la mirada del techo. Me dispuse a levantarme, lentamente, inclinando la cabeza levemente hacia arriba.
-Qué te pasa -preguntó mi madre.
-Nada -dije. Fui al baño y no quise mirar el espejo. No sé por qué no quise mirar el espejo. Bueno, voy a ir hasta el muro. Voy a ir hasta el muro sin mirar el suelo.
Con la cabeza siempre hacia adelante caminé intentando tropezar lo menos posible. Llegué al muro pero no encontré mi sombra. Miré con ilusión el suelo pero tampoco estaba ahí.
-Acá estoy -dijo.
-Dónde, pregunté ansioso.
-Acá, escondido entre la sombra del árbol. Esta mañana pasó una señora y me miró extrañada, indagando en vano el paisaje, buscando un objeto que me proyectara. Creo que logré convencerla de que era una mancha.
-Me buscaba a mí…
-Sí.
-Perdón por irme así anoche, no es que no me importaras. Tenía frío y estaba hambriento y era tarde…
-No hay problema.
-Quisiera… quisiera que vuelvas…
-¿A dónde?
-A mí…
-No quieres eso.
-Sí quiero. Quiero que vuelvas.
En ese momento se acerca una mujer de avanzada edad, con pasos cansados, como si estuviese cargando algo pesado en la espalda. Se detiene justo frente a mí.
-Qué raro –comenta- hace rato me pareció ver una mancha acá, -dijo señalando con su bastón tembloroso, y pretendiendo, con su mirada incisiva, encontrar un gesto de aprobación en mi rostro.
- Yo no vi nada, señora.
- ¡Señorita! –exclamó alterada, y se alejó lentamente.
- No es bueno que te quedes más tiempo –dijo la sombra.
- Pero vuelvo esta noche –dije. La sombra no respondió.
Todo ese día fue terrible. Sólo podía ver las sombras de todas y cada una de las cosas que observaba. Personas y objetos; cada uno con su sombra. Algunos se daban el gusto de tener dos o más. Yo sin embargo ni una sola. Una mujer en cuya sombra me había fijado con insistencia me tomó por sospechoso y se alejó sin disimular su desprecio. Sentí su mirada como si me hubiese lanzado un escupitajo. Los que estaban cerca también se alejaron, todos y cada uno de ellos con sus respectivas sombras. Me quedé solo, porque sentí que era el único hombre, el único objeto sobre la tierra a quien le estaba vedado mostrar su lado oscuro, el único objeto del cual la luz no conocía su rastro. Giré de inmediato con la intención de huir también y fue tanta mi prisa que estuve a punto de chocar contra un anciano.
-Perdón –dije.
-No hay problema –contestó con voz cansada, y me quedé viendo cómo se alejaba con su bastón golpeando el suelo cada dos pasos.
- ¡Espere! –grité y llegué a él, chocándolo esta vez.
- ¡Usted también!… digo, usted tampoco –corregí, haciéndole gestos hacia el suelo. El viejo me agarró fuerte de brazo, escogió el camino desolado y caminamos por el medio de esa calle.
-¿Por qué no subimos a la vereda? –pregunté. El viejo se detuvo justo después del golpe del bastón.
- ¿Es que acaso no lo sabes todavía? –dijo con su voz ronca y cansada.
-¿Saber qué? Lo que sé es que ni usted ni yo tenemos sombra.
-¿Sombra? ¿Todavía la llamas así? ¡Ay! Estos jóvenes de siempre… Lo que tú has perdido es tu muerte. Tu muerte única y personal. Tu muerte tácita, secreta y anónima. La sombra no es más que su disfraz, la mortaja con la que cubre a sus portadores. La metáfora. Sí. ¿Quién se anda fijando en su sombra? ¿Quién anda pensando en la muerte, en su muerte? No te fíes de ella, puede aparentar inocente para hacerte volver. Los años me han enseñado a cuidarme. Evitar las veredas con muros oscuros es un buen comienzo. Aunque no parezca hay muchos como nosotros, pero nadie lo nota. Algunos ni se enteran de haberla perdido e inconscientemente la recuperan. Tú tienes suerte, chico.
-Debo admitir que lo que dice usted es muy interesante señor, pero debo irme ya.
-No olvides eludir los muros oscuros.
-Ok, no lo haré. Gracias por los consejos… Este viejo está loco. Aunque tiene algo de coherencia lo que dice. Pero ¿Gente que anda sin sombra por ahí? ¿La muerte disfrazada? Mientras pensaba en todo esto fui llegando al muro de mi sombra. No quise arriesgarme y fui por el medio mismo de la calle. Todo estaba silencioso y hacía frío.
-¿Hola?... ¿Sombra? –dije y me acerqué un poco más.
-Acá estoy –dijo.
-¿Dónde? –di un paso más- ¿Dónde? –pregunté otra vez y vi mi aliento que salía como humo de cigarro.
-Acá estoy –escuché y pude ver cómo el vapor de un aliento subía frente a mí. La luz del alumbrado era débil, pero aún así no me atreví a mirar el piso.

martes, 11 de junio de 2013

Oda a mi generación (Canción y texto de Silvio Rodríguez)

No me había percatado de que Oda a mi generación podría ser asumida por personas de otro tiempo. Veo que quienes son revolucionarios por estar a la altura de sus circunstancias podrían sentir esta canción como propia, también podría decirse que pueden suscribir esta canción los que no se amilanan frente a las contradicciones, los que quieren ir más allá, incluso de sus propias dudas; los que entienden que lo que está en juego, o sea, el destino de este país, los trasciende como persona. Pero hay que decir que no todos tenemos el mismo aguante. Dicen que el umbral del dolor es más sensible para unos que para otros, por eso esta no es una canción que califica;  no puede serlo, porque está escrita desde el desgarramiento. Esta es una canción de alguien con principios y con consciencia, de pie ante sí mismo tratando de responder a cuestiones que no se suelen formular en voz alta. Es que habían cosas que eran necesario decir y que no estaban dichas. Me parecía que pronunciarlas era una necesidad inclusive colectiva, una forma de exorcizarnos de temas que suelen parecer tabúes.