miércoles, 25 de octubre de 2017

Despertar

No creyó que despertar le haría bien entonces decidió fingir estar durmiendo. Dejándose atontar por sus pensamientos creía verse lejos de la fuente única. Mas incluso en esas trepidantes ilusiones embusteras, militantes del engaño, sentía la pacífica certeza de no estar equivocado.

Torbellino

Antes de alejarse definitivamente me dijo: Un daño irremediable amortaja mi sentencia condenándote a purgar en el alma la desdicha huérfana de los solitarios.

miércoles, 23 de agosto de 2017

Día domingo



Un día, ña Hermelinda (ña Herme, para las amistades)  fue a misa vestida
exactamente igual a doña Santuniana, pero por pura coincidencia. Después de
la misa comentan entre ellas lo extraño y simpático de la situación. De camino
a casa a ña Hermelinda se le ocurre averiguar cómo irá vestida doña
Santuniana el próximo domingo, para coincidir, intencionalmente esta vez, con
su vestimenta. Durante la semana ña Hermelinda agota todas las ideas
posibles. La noche del lunes y la del martes no pudo dormir, y
todo ese  miércoles estuvo muy inquieta, hasta que al fin el sábado por la tarde
consigue dar con el método que resultaría infalible (aquello era un secreto que
ña Herme protegía muy bien).

Llega el domingo y ambas mujeres exactamente igual vestidas. Esto le vuelve a parecer extraño y simpático a doña Santuniana; para ser exactos, doblemente extraño y medianamente simpático en relación a
la vez anterior. Para el tercer domingo ya nada le resultaba simpático, pero luego tuvo que forzar una sonrisa cuando a ña Trifulca se le antojó comentar: “Como si hubiesen ido juntas a hacer las compras”.  

Durante esa semana doña Santuniana también ideó sagaces y estratagemas para eludir la persecución de ña Herme. Un domingo, cuando ya estaba completamente preparada para ir a la misa, probó haciendo un cambio súbito
en su vestimenta. No dio resultado. Otro domingo llevó en su cartera (exactamente igual al de ña Herme) ropa para
cambiarse en el baño durante el momento de la consagración, pero  ña Herme parecía adivinar todos los movimientos de doña Santuniana. Este hecho, cómico para algunos,contribuyó al crecimiento numérico de la feligrecía ya que la gente se sentía atraída hacia el extraño suceso, que además favorecía a la recaudación en la colecta. Esto no podría ser otra cosa  que una bendición, un milagro según la expresión del mismo sacerdote. Pero esto parecía no importarle a ña Hermelinda y a doña Santuniana quienes ya habían tomado esta actividad como una especie de deporte. Tanto así que ya no se limitaban a coincidir en vestimenta, sino también en peinados, zapatos y toda la cosa, extendiendo su territorio de contienda a los súpermercados, los cumpleaños familiares, y naturalmente, las tiendas de ropas.  

“Es como mirarse en un espejo” pensó una de ellas alguna vez, ignorando ya si era ella o la otra quien lo pensaba.

Fue así que el escenario de lucha se extendió a la cotidianidad y poco a poco el día domingo fue perdiendo relevancia para ambas y para la gente que había sido atraída por el espectáculo. Convirtieron el arte de la imitación en su nueva religión y nunca más fueron a misa.

El libro

Yo soy lo que queda del libro que alguien dejó olvidado al borde del río. Esta es mi historia. Antes del tsunami era un libro de autoayuda. Creo que era una mujer la que me estaba leyendo en aquel momento. Me trataba bien, no como mi antiguo dueño, el que me regaló. Ella hojeaba mis páginas con delicadeza, repetía pausadamente las frases que le agradaban. Su voz era suave. Lo último que escuché fue su grito, luego caí. Supuse que no le gustó lo que leyó. Recién después comprendí todo, con el agua despedazándome de a hojas, y las palabras que se escurrían de ellas, letra por letra algunas. Fue así como conseguí armarme de vuelta, con los restos que quedaban de mi antiguo yo. Ya no pude ni quise volver a ser lo que era. Me propuse ser un libro de poesía, aún a sabiendas de que estos eran menos populares y que mi suerte sería incierta, trágica tal vez. Intenté hacer poesía, quise decir luz pero no brillaba. Entonces lloré, como lloran los libros, en el espacio vacío de una página en blanco, y me sentí pobre. Traté de recordar alguna frase de mi antigua vida, de esas con las que conseguía ayudar a los demás.  Solo me vino a la memoria el grito de aquella mujer y algo de su voz. Eso es lo que queda en mí: un grito, una voz. 

Algo me dice que el resto de mis antiguas partes están haciendo lo mismo. Se me hace verlos formarse como yo, con letras y espacios y comas y puntos. Filosofía, historia, religión, tal vez poesía, también otros. Sé que algo de eso me pertenece, como yo a ellos. Quizá yo sea eso, una parte que se va transfigurando, y todos ellos, yo, nosotros, seamos uno solo, confuso, como un libro que se está escribiendo desde adentro de un tsunami. 

Silencio ruidoso

Empezó por dejar de ingerir cualquier tipo de sustancia que su cuerpo no necesitara, se abandonó al silencio, al encierro de adentro para afuera y viceversa. Comenzó a ir hacia lugares inhóspitos, desconocidos. Descubrió bosques bellísimos a su paso, se dejó maravillar por la magia que encontraba detrás de todo. Pareció serle irrelevante hablar o callar. Entonces le dio por hablar. Y habló mucho, habló sin parar, hasta incomodar la paz de los otros. Y cuando no tenía con quién confrontar su abulia, hablaba consigo mismo. Y en las miradas de incomprensión ajena entendió las vicisitudes de la imprecisión de la palabra; en su vano intento por comunicar su llanto, su alegría, sus perplejas vislumbraciones, solo encontró frustración, entonces aprendió a callar. Y calló mucho, todo, hasta dejarse abarcar por un silencio que parecía contener la nada. A su silencio le cabían todas las palabras y ninguna. Empezó a ser él mismo el mensaje que deseaba transmitir, una mirada, un gesto lo delataba. Y sin embargo tan mudo para los otros, tan carente para los otros, tan ausente para los otros… los otros: ese eterno espejo de los sinrostro.