miércoles, 23 de agosto de 2017

Silencio ruidoso

Empezó por dejar de ingerir cualquier tipo de sustancia que su cuerpo no necesitara, se abandonó al silencio, al encierro de adentro para afuera y viceversa. Comenzó a ir hacia lugares inhóspitos, desconocidos. Descubrió bosques bellísimos a su paso, se dejó maravillar por la magia que encontraba detrás de todo. Pareció serle irrelevante hablar o callar. Entonces le dio por hablar. Y habló mucho, habló sin parar, hasta incomodar la paz de los otros. Y cuando no tenía con quién confrontar su abulia, hablaba consigo mismo. Y en las miradas de incomprensión ajena entendió las vicisitudes de la imprecisión de la palabra; en su vano intento por comunicar su llanto, su alegría, sus perplejas vislumbraciones, solo encontró frustración, entonces aprendió a callar. Y calló mucho, todo, hasta dejarse abarcar por un silencio que parecía contener la nada. A su silencio le cabían todas las palabras y ninguna. Empezó a ser él mismo el mensaje que deseaba transmitir, una mirada, un gesto lo delataba. Y sin embargo tan mudo para los otros, tan carente para los otros, tan ausente para los otros… los otros: ese eterno espejo de los sinrostro.

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