miércoles, 23 de agosto de 2017

Día domingo



Un día, ña Hermelinda (ña Herme, para las amistades)  fue a misa vestida
exactamente igual a doña Santuniana, pero por pura coincidencia. Después de
la misa comentan entre ellas lo extraño y simpático de la situación. De camino
a casa a ña Hermelinda se le ocurre averiguar cómo irá vestida doña
Santuniana el próximo domingo, para coincidir, intencionalmente esta vez, con
su vestimenta. Durante la semana ña Hermelinda agota todas las ideas
posibles. La noche del lunes y la del martes no pudo dormir, y
todo ese  miércoles estuvo muy inquieta, hasta que al fin el sábado por la tarde
consigue dar con el método que resultaría infalible (aquello era un secreto que
ña Herme protegía muy bien).

Llega el domingo y ambas mujeres exactamente igual vestidas. Esto le vuelve a parecer extraño y simpático a doña Santuniana; para ser exactos, doblemente extraño y medianamente simpático en relación a
la vez anterior. Para el tercer domingo ya nada le resultaba simpático, pero luego tuvo que forzar una sonrisa cuando a ña Trifulca se le antojó comentar: “Como si hubiesen ido juntas a hacer las compras”.  

Durante esa semana doña Santuniana también ideó sagaces y estratagemas para eludir la persecución de ña Herme. Un domingo, cuando ya estaba completamente preparada para ir a la misa, probó haciendo un cambio súbito
en su vestimenta. No dio resultado. Otro domingo llevó en su cartera (exactamente igual al de ña Herme) ropa para
cambiarse en el baño durante el momento de la consagración, pero  ña Herme parecía adivinar todos los movimientos de doña Santuniana. Este hecho, cómico para algunos,contribuyó al crecimiento numérico de la feligrecía ya que la gente se sentía atraída hacia el extraño suceso, que además favorecía a la recaudación en la colecta. Esto no podría ser otra cosa  que una bendición, un milagro según la expresión del mismo sacerdote. Pero esto parecía no importarle a ña Hermelinda y a doña Santuniana quienes ya habían tomado esta actividad como una especie de deporte. Tanto así que ya no se limitaban a coincidir en vestimenta, sino también en peinados, zapatos y toda la cosa, extendiendo su territorio de contienda a los súpermercados, los cumpleaños familiares, y naturalmente, las tiendas de ropas.  

“Es como mirarse en un espejo” pensó una de ellas alguna vez, ignorando ya si era ella o la otra quien lo pensaba.

Fue así que el escenario de lucha se extendió a la cotidianidad y poco a poco el día domingo fue perdiendo relevancia para ambas y para la gente que había sido atraída por el espectáculo. Convirtieron el arte de la imitación en su nueva religión y nunca más fueron a misa.

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