Como consecuencia del drama judicial (más que literario)
suscitado por las obras “El túnel de mi abuelita”, de Ernesto Domingo, y “Mi
tortuga corre más rápido”, de Guadalupina Muchaplata, miembros del
autodenominado grupo EPP (Escritores Para
Pelotudos) se llamaron a asamblea en el espacio creativo “El café, la
literatura y yo” para debatir acerca de los parámetros más justos para evaluar
una obra y/o catalogarla como plagio.
Increíble cantidad de escritores de todas las edades se
presentaron al llamado que esta academia de autodidactas realizó días atrás
para debatir sobre el tema que tanto aqueja a la sociedad artística y a la
economía nacional: el plagio.
Sin embargo la diversidad etaria reveló otros dilemas del rubro. Como los escritores
más antiguos cuestionaron la idoneidad de los más pueriles para juzgar o
intervenir en un tema tan delicado, en respuesta, los jóvenes, más osados,
plantearon condenar, antes que el plagio, la mala literatura; hecho que algunos
lo interpretaron como una indirecta oprobiosa. Pronto surgieron los más libertarios
exponiendo ideas como “quién es quién para juzgar la literatura”, en eso
algunos escritores asociados al gremio ELITE (Escritores Lindos Inteligentes
Totalitarios y Estéticos) presentaron sus respectivas membresías que los
habilitaban como profesionales pertinentes para realizar dicha actividad indagatoria.
Frente a este escenario se imponía un paisaje desconcertante
en un rincón alejado; los escritores más pequeños, hijos de algunos de los
presentes, permanecían callados, dibujando, pintando, escribiendo, intercambiando
lápices y papeles, sonriendo, disfrutando, abstraídos en su universo interno,
imperturbables.
Al término de la infructuosa reunión que no dejó satisfecho a ninguna de las partes, los escritores adultos que fueron a recoger a sus hijos observaron los papeles escritos y dibujados y preguntaron de quiénes eran esas obras. Los niños, en un gesto de desentendida culpa escondieron sus manos hacia atrás, y dejando caer sus crayones dijeron que esos papeles no les pertenecían, que ya estaban ahí cuando habían llegado.